“Todo Cadaqués es como un jardín de las delicias para los pintores y poetas. Tierra de grandes contrastes, puede provocar al mismo tiempo un poder incitante como infundir la calma… Todos los instantes son diferentes en Cadaqués” (Joan Josep Tharrats, 1981).
Un lugar de espléndida belleza separado del mundo, Cadaqués.
Según José Antonio Coderch, el único pueblo de la costa mediterránea y de la Península que no había sido destruido. Un oasis en la España franquista, que congregó hacia los años cincuenta a un grupo de intelectuales y artistas, una élite librepensadora con un profundo respeto por el entorno y la cultura locales. Gran parte de la Gauche Divine barcelonesa veraneaba en este paraíso ampurdanés. Amantes del arte y de las nuevas tendencias, encargaron sus segundas residencias a los arquitectos vanguardistas, quienes introdujeron el Movimiento Moderno en sus proyectos.
La Casa Rumeu, proyectada para la familia Rumeu Milá por Federico Correa y Alfonso Milá en 1962, se enmarca en un contexto sociocultural determinante para Cadaqués. Los inseparables arquitectos e interioristas Correa Milá se formaron con Coderch, quien les transmitió el anhelo de modernidad. Así, el tándem fue capaz de reinterpretar con exquisitez la arquitectura vernacular desde un nuevo lenguaje arquitectónico. En 1955 realizaron la primera obra moderna del pueblo, la Casa Villavecchia, en la cual introdujeron los elementos que posteriormente aparecerían en la mayoría de los proyectos del lugar, contribuyendo a su conservación paisajística.
A las afueras de Cadaqués, Casa Rumeu se orienta hacia el magnetismo del mar y del pueblo. Tres hexágonos yuxtapuestos en una sola planta, con zonas de día y noche visiblemente diferenciadas. Una geometría no ortogonal ya experimentada anteriormente por los arquitectos, que permitía además de una mejor adaptación al terreno, el aprovechamiento de nuevos espacios exteriores y la generación de unos estéticos tejados.
Para diferenciarla de la unidad blanca del núcleo urbano, se recurrió a la piedra autóctona como material principal de la casa, creando una piel continua con el paisaje, los bancales y las terrazas. Olivos y pinos rodean la vivienda, brillantemente integrada en la escena mediterránea.
Insignia de los arquitectos, la genialidad del interiorismo y la ambientación. Prueba de ello es el entramado estructural visto de madera de melis, que sostiene el techo de la sala de estar. El mobiliario de obra integrado en la propia arquitectura y el inconfundible juego de alturas, en este caso facilitando la adaptación al terreno, con varios niveles escalonados desde donde contemplar las vistas eternas sobre la bahía.
Las obras de Correa Milá destacan por su capacidad de interpretar la herencia arquitectónica catalana, equilibrando con esmero tradición y modernidad. Una sencillez que no entiende de modas, un hogar creado para acoger recuerdos, imágenes y emociones de generación en generación.